Tal y como afirmaba Hipócrates, padre de la medicina moderna, hemos aceptado la premisa de que “todas las enfermedades comienzan en el intestino”. Si bien no todas las enfermedades tienen su origen en ese punto, las relacionadas con el sistema inmunológico sí están estrechamente ligadas al intestino. En una sociedad cada vez más afectada por intolerancias alimentarias, restricciones dietéticas y padecimientos gastrointestinales, está afirmación de la medicina clásica adquiere más relevancia que nunca.
No es de extrañar pues que los probióticos estén a la orden del día, y sean una balsa salvavidas a la que se agarran muchos de los que padecen males digestivos. Pero, ¿qué son los probióticos? Se trata organismos vivos (como bacterias y levaduras) que continúan activos en el intestino una vez ingeridos y que alteran la microbiota intestinal del huésped, ya que se implantan y la colonizan.
Los probióticos más comunes son los Lactobacillus (que mejoran la digestión y la función inmunológica), Bifidobacterias (ayudan a digerir la fibra y regulan los niveles de azúcar en sangre) y Saccharomyces (unas levaduras que contribuyen, entre otros, a la salud de la piel). Éstos pueden estar presentes en alimentos comunes fermentados de manera natural, o en suplementos que contienen un cóctel de estas cepas probióticas.
Si nuestra intención es enriquecer la diversidad de la microbiota intestinal y mejorar nuestras digestiones, podemos consumir comidas ricas en probióticos naturales como el miso, el kimchi, el kéfir, la kombucha o los vegetales fermentados (los más comunes siendo los pepinillos). La próxima vez que acudas a hacer la compra, ¡no olvides estos alimentos para alimentar a las bacterias buenas de tu intestino!
Otra opción es apostar por suplementos probióticos; en función de su CFU (unidades de formación de colonia) podremos adquirirlos en la farmacia o tendrán que ser recetados por un médico. Para una persona considerada sana, se recomiendan probióticos con un CFU de 30 billones, en torno a los 50 billones si se tienen problemas intestinales, y a partir de 100 billones si se han tomado antibióticos y hay que repoblar la flora intestinal.
Pese a las facilidades que ofrecen los probióticos para mejorar nuestra calidad de vida, en ningún caso se erigen como una manera de contrarrestar excesos en la alimentación, la ingesta diaria de alcohol o la falta de descanso. Los probióticos deben entenderse de manera simbiótica con unos hábitos saludables y como una parte más del puzzle que es llevar un estilo de vida activo y sano.
Tal y como afirmaba Hipócrates, padre de la medicina moderna, hemos aceptado la premisa de que “todas las enfermedades comienzan en el intestino”. Si bien no todas las enfermedades tienen su origen en ese punto, las relacionadas con el sistema inmunológico sí están estrechamente ligadas al intestino. En una sociedad cada vez más afectada por intolerancias alimentarias, restricciones dietéticas y padecimientos gastrointestinales, está afirmación de la medicina clásica adquiere más relevancia que nunca.
No es de extrañar pues que los probióticos estén a la orden del día, y sean una balsa salvavidas a la que se agarran muchos de los que padecen males digestivos. Pero, ¿qué son los probióticos? Se trata organismos vivos (como bacterias y levaduras) que continúan activos en el intestino una vez ingeridos y que alteran la microbiota intestinal del huésped, ya que se implantan y la colonizan.
Los probióticos más comunes son los Lactobacillus (que mejoran la digestión y la función inmunológica), Bifidobacterias (ayudan a digerir la fibra y regulan los niveles de azúcar en sangre) y Saccharomyces (unas levaduras que contribuyen, entre otros, a la salud de la piel). Éstos pueden estar presentes en alimentos comunes fermentados de manera natural, o en suplementos que contienen un cóctel de estas cepas probióticas.
Si nuestra intención es enriquecer la diversidad de la microbiota intestinal y mejorar nuestras digestiones, podemos consumir comidas ricas en probióticos naturales como el miso, el kimchi, el kéfir, la kombucha o los vegetales fermentados (los más comunes siendo los pepinillos). La próxima vez que acudas a hacer la compra, ¡no olvides estos alimentos para alimentar a las bacterias buenas de tu intestino!
Otra opción es apostar por suplementos probióticos; en función de su CFU (unidades de formación de colonia) podremos adquirirlos en la farmacia o tendrán que ser recetados por un médico. Para una persona considerada sana, se recomiendan probióticos con un CFU de 30 billones, en torno a los 50 billones si se tienen problemas intestinales, y a partir de 100 billones si se han tomado antibióticos y hay que repoblar la flora intestinal.
Pese a las facilidades que ofrecen los probióticos para mejorar nuestra calidad de vida, en ningún caso se erigen como una manera de contrarrestar excesos en la alimentación, la ingesta diaria de alcohol o la falta de descanso. Los probióticos deben entenderse de manera simbiótica con unos hábitos saludables y como una parte más del puzzle que es llevar un estilo de vida activo y sano.
Image Credits: Dorothee Schumacher SS20